El otro día, en una fiesta y hablando con gente de lo más variopinta salió el tema de las viejas amistades.
Recuperar amistades del pasado es un paso arriesgado. Las relaciones que se cerraron de forma violenta, no deseada, luego son las más añoradas y las más difíciles de retomar. Intentar empezar de nuevo es tarea prácticamente imposible, tanto por lo bueno como por lo malo.
Al recomenzar una amistad tratas de recomponerla sólo con lo bueno teniendo el peligro de volver a inyectarte el placebo de los sentimientos pasados. La complicidad, la confianza, que piensas que no se ha perdido, con el paso del tiempo al final se revuelve y te hará rememorar la parte dolorosa, los porqués y los quienes.
Ojalá pudiera abandonarme a la cálida sensación de la inocencia recuperada, las sonrisas y los tenues abrazos que te llevaban a pensar que esa amistad duraría toda la vida.
Pero de repente la realidad, y vuelves a perder en un segundo todo lo ganado, como un jarrón que se rompe en mil pedazos ensordeciéndote de tal manera que ya no te puedes oírte ni a ti mismo cuando te gritas por qué y vuelves a sentir el tremendo y desolador dolor que te producen las oportunidades perdidas, que te hielan la sangre y que te hacen plantearte no volver nunca más a intentar recuperar ilusiones que creías desvanecidas.
